Lecturas, juegos, recetas y muchos recursos más para que recorras y
disfrutes en las vacaciones de invierno. ¡Hay propuestas para todas las
edades! #SeguimosEducando Clik en la imagen y ¡a divertirse!
Que tengan unas hermosas vacaciones, los extrañamos!!
Hoy este espacio está dedicado a ustedes. Queremos que se informen para que hagan la mejor elección posible en base a sus intereses de la escuela secundaria que comenzarán el próximo año.
Para elegir primero hay que conocer, por eso es muy importante la información que les dejamos a continuación. Lean completo el documento (les va a sacar muchas dudas). Debajo del PDF van a encontrar un link que les va a ser útil para consultar las escuelas secundarias (se puede filtrar por esc. media, técnica, artística y de formación docente). Van a visualizar un mapa de la ciudad con la ubicación de cada una de ellas.
–Lo que más me gusta es
volar –dijo el sapo. Los pájaros dejaron de cantar. Las mariposas
plegaron las alas y se quedaron pegadas a las flores…
El yacaré abrió la boca como para tragar toda el agua del río.
El coatí se quedó con una pata en el
aire, a medio dar un paso. El piojo, la pulga y el bicho colorado,
arriba de la cabeza del ñandú, se miraron sin decir nada. Pero abriendo
muy grandes los ojos.
El yaguareté, que estaba a punto de
rugir con el rugido negro, ese que hace que deje de llover, se lo tragó y
apenas fue un suspiro.
El sapo dio dos saltos para el lado del río, mirando hacia donde iba bajando el sol, y dijo: –Y ahora mismo me voy a dar el gusto.
–¿Está por volar? –preguntó el piojo.
–Los gustos hay que dárselos en vida, amigo piojo. Y hacía mucho que no tenía tantas ganas de volar.
Un pichón de pájaro carpintero se asomó desde un hueco del jacarandá: –Don sapo, ¿es lindo volar? Yo estoy
esperando que me crezcan las plumas y tengo unas ganas que no doy más.
¿Usted me podría enseñar?
–Va a ser un gusto para mí. Y mejor si lo hacemos juntos con tu papá, que es el mejor volador.
–Sí, mi papá vuela muy lindo. Me gusta
verlo volar. Y picotear los troncos. Cuando sea grande quiero volar como
él, y como usted, don sapo.
El piojo miraba y comenzaba a entender. El yacaré seguía con la boca abierta. El tordo y la calandria se miraron y decidieron que era hora de intervenir.
–Don sapo –dijo el tordo–, ¿se acuerda de cuando jugamos a quién vuela más alto?
–Ustedes me ganaron –dijo la calandria– porque me distraje cantando una hermosa canción, pero otro día podemos jugar de nuevo.
–Cuando quiera –dijo el sapo–, jugando todos estamos contentos, y no importa quién gane. Lo importante es volar.
–Yo también –se oyó una voz que venía llegando–, yo también quiero volar con ustedes.
–Amigo tatú –saludó el sapo–, qué buena idea.
–Pero no se olvide de que no me gusta volar de noche. Usted sabe que no veo bien en la oscuridad.
–Le prometo que jamás volaremos de noche –dijo el sapo.
La pata del coatí ya parecía tocar un tambor del ruido que hacía subiendo y bajando.
El yacaré cerró los ojos pero siguió con la boca abierta.
Los ojos de la pulga y el bicho colorado eran como una cueva de soledad. Cada vez entendían menos.
El sapo sonrió aliviado.
El tordo y la calandria le habían dado
los mejores argumentos de la historia, y ahora el tatú le traía la
solución final, ya que el sol se acercaba a la punta del río.
–¿Se acuerda, amigo sapo –siguió el tatú–, cuando volábamos para provocarlo al puma y después escapar?
–¿Así fue? Yo había pensado que el puma era el que escapaba.
–No exageremos, van a pensar que somos unos mentirosos.
–¡Y qué otra cosa se puede pensar! –dijo la lechuza, que había estado escuchando todo.
–Gracias –dijo el sapo en voz baja, como para que lo escucharan solamente sus patas. Eso era lo que estaba esperando. Alguien con quien discutir y hacer pasar el tiempo.
–En todo el monte chaqueño no hay
mentirosos más grandes –siguió la lechuza–. Y ustedes, bichos
ignorantes, no les sigan el juego a estos dos.
–¿Cuándo dije una mentira? –preguntó el sapo.
–¿Quiere que hable? ¿Quiere que le diga?
–Hable nomás –dijo el sapo, contento porque la lechuza lo estaba ayudando a salir del aprieto.
–Mintió cuando dijo que los sapos
hicieron el arco iris. Mintió cuando dijo que hicieron los mares y las
montañas. Cuando dijo que la tierra era plana. Cuando dijo que los
puntos cardinales eran siete. Cuando dijo que era domador de tigres.
¿Quiere más? ¿No le alcanza con esto? EI sapo escuchaba atentamente y pensaba para qué lado convendría llevar la discusión.
-Me sorprende su buena memoria, doña lechuza. Ni yo me acordaba de esas historias.
-Y yo me acuerdo de otra historia, don sapo, esa de cuando usted inventó el lazo atando un montón de víboras -dijo el piojo.
-Otra mentira más grande todavía
-rezongó la lechuza-, miren si un sapo va a vencer a un montón de
víboras. Los ojitos del piojo brillaron de picardía.
-Pero yo lo vi. Era una tarde en que el
sol quemaba la tierra y las lagartijas caminaban en puntas de pie. Yo
vi todo desde la cabeza del nandú, ahí arriba, de donde se ve más lejos.
-Piojito, sos tan mentiroso como el
sapo y nadie te va a creer. Es mejor que se vayan de este monte ya
mismo. Y que no vuelvan nunca más.
-Ahora que me acuerdo, yo sé un poema que aprendí dando la vuelta al mundo -dijo el bicho colorado-. Dice así:
De los bichos que vuelan
Me gusta el sapo
porque es alto y bajito
gordito y flaco.
-iQué hermoso poema! -dijo el pichón de pajaro carpintero-. Cuando sea grande yo quiero hacer poemas tan hermosos como ese.
-Doña Lechuza -dijo la pulga-, estas
acusaciones son muy graves y tenemos que darles una solución. -Hay que
decidir si el sapo es un mentiroso o un buen contador de cuentos
-propuso el yacaré.
-Eso es muy fácil -opinó el coati-, los
que crean que el sapo es mentiroso digan sí. Los que crean que no es
mentiroso digan no. Y listo.
-Y si se decide que es un mentiroso se tiene que ir de este monte -dijo la lechuza.
-Claro -opinó la pulga-. Si es un mentiroso se tiene que ir.
-Aquí no queremos mentirosos -dijo el yacaré.
-Yo mismo me encargaré de echar al que
diga mentiras. O lo trago de un solo bocado -dijo el yaguareté. -Eso sí
que no -protestó el yacaré-. Tragarlo de un solo bocado es trabajo mío.
-Dejen que le clave los colmillos -dijo el puma, que recién Ilegaba-. Odio a los mentirosos.
-Bueno -dijo la lechuza-, los que opinen que el sapo es un mentiroso, ya mismo digan “sí”.
En el monte se hizo un silencio como para oír el suspiro de una mariposa.
Despues se oyó un SÍ fuerte, claro, terminante y arrasador. Un SÍ como para hacer temblar a todos los arboles del monte.
Pero uno solo.
La lechuza giró la cabeza para aquí y para allá. Pero el sí terminante y arrasador seguia siendo uno solo. EI de ella.
Y entonces oyó un NO del yacaré, del
piojo, de la pulga, del puma, de todos los pajaros, del yaguareté y de
mil animales más. EI NO se oyó como un rugido, como una música, como un
viento, como el perfume de las flores y el temblor de las alas de las
mariposas. Era un NO salvaje que hacía mover las hojas de los árboles y
formaba olas enloquecidas en el río.
La cabeza de la lechuza seguía girando
para un lado y para el otro. Había creído que esta vez iba a ganarle al
sapo, y de golpe todos sus planes se escapaban como un palito por el
río. Pero rápidamente se dio cuenta de que todavía tenía una
oportunidad. Y no había que desperdiciarla. Ahora sí que lo tenía
agarrado: el sapo había dicho que iba a volar.
Mientras tanto, todos los animales
festejaban el triunfo del sapo a los gritos. Tanto gritaron que apenas
se oyó el chasquido que hizo el sol cuando se zambulló en la punta del
rio. Pero el tatú, que estaba atento, dijo:
-iQué mala suerte! iQué mala suerte! Se nos hizo de noche y ahora no podremos volar.
-Yo tampoco quiero volar de noche -dijo el tordo-. A los tordos no nos gusta volar en la oscuridad.
-Los cardenales tampoco volamos de noche -dijo el cardenal.
-De noche solamente vuelan las lechuzas y los murcielágos -dijeron los pájaros.
-Será otro día, don sapo -cantó la
calandria-. Lo siento mucho, pero no fue culpa nuestra. Esa lechuza nos
hizo perder tiempo con sus tonteras. ¿Usted no se ofende?
EI sapo miró a la lechuza, que seguía
girando la cabeza para un lado y para el otro, sin saber qué decir.
Después miró a la calandria, y dijo:
-Siempre hay bichos que atraen la mala
suerte. Pero no importa, va que no podemos volar, ¿qué les parece si les
cuento la historia de cuando viajé hasta donde cae el sol y se apaga en
el río?
Edición 2005
EL006160
El cuento fue publicado por las Abuelas de Plaza de Mayo y el Plan
Nacional de Lectura (Ministerio de Educación de la Nación) con
ilustraciones de Mónica Pironio en ediciones de circulación gratuita en
2013. Aquí para descargar.
Hoy vamos a seguir aprendiendo a cuidarnos de los virus, y en especial del coronavirus, con un lindo texto elaborado por el Colegio Oficial de Psicología de Madrid (España). Después de leerlo vamos a jugar y a refrescar lo aprendido. ¡Adelante!
NOTA: es importante que los más chiquitos puedan ser acompañados por un adulto en la lectura de este cuento.
En torno al chocolate existen algunas incógnitas, que tienen que ver con la delgada línea que separa en ocasiones la leyenda de la historia. El origen del cacao es una de ellas, así como el significado de su nombre. En la mitología prehispánica de México existían dos dioses vinculados al cacao: Quetzalcóatl, de origen azteca, y Ek-Chuah, de origen maya.
– Quetzalcóatl regaló el árbol del cacao a los hombres como recompensa por el amor y la fidelidad de su esposa, que sacrificó su vida para no desvelar el lugar en el que estaba escondido el tesoro de la ciudad, que le había sido confiado por su esposo. Cuenta la leyenda que la sangre de esta princesa fertilizó la tierra y allí nació el árbol del cacao, de nombre cacahuaquahitl. Su fruto era amargo, como el sufrimiento que había padecido la princesa; fuerte, como había sido ella ante la adversidad, y oscuro, como la sangre derramada.
– Quetzalcóatl, representado como la serpiente emplumada, era el dios bondadoso que enseñó a los hombres las artes de la agricultura, la astronomía, la medicina y las artes plásticas. Es el rey sagrado de los toltecas, pueblo que precedió a los aztecas en la historia de Centroamérica. El dominio azteca supuso la sumisión de los toltecas, olmeyas y de todas las poblaciones que componían el inmenso imperio de los adoradores del Sol y de Quetzalcóatl. Según la tradición, este último había desembarcado en México, en la costa de Veracruz, desde donde pasó más tarde a Tula y Chobula. Quetzalcóatl era austero, odiaba la guerra y se oponía a los sacrificios. Todo lo contrario que su oponente Tezcatlipoca, el mago negro que consiguió desterrarlo y aprovechó su ausencia para asesinar a su esposa. Quetzalcóatl juró regresar en el año del calendario azteca 1519, que coincidió con la aparición de los primeros colonizadores españoles, motivo por el que Hernán Cortés fue confundido con el propio dios, pues era corpulento, de ancha frente, ojos grandes, cabello largo, barba poblada y piel blanca, semejante a Quetzalcóatl. Así, el marino español fue obsequiado a su llegada con un gran vaso de oro con cacao líquido.
– Cuenta la leyenda que Quetzalcóatl descendió un día con los toltecas haciéndoles algunos hermosos regalos los hizo dueños del maíz el frijol y de la yuca con los cuales pudieron estar bien alimentados y emplearon sus horas en estudiar y se convirtieron en grandes arquitectos, magníficos escultores y finos trabajadores de la artesanía y como los amaba tanto decidió darles un planta que había robado a los dioses que eran sus hermanos de la cual sacaban una bebida que era solo digna de ellos Quetzalcóatl
Sustrajo el pequeño arbusto de hojas rojas y la planto en los campos de tula y pidió al dios Tlaloc que la alimentara con la lluvia y a Xochiquetzal que la adornara con sus flores con el tiempo este sagrado arbusto dio frutos y los enseño a recogerlos tostarlos y a molerlos y a batirlo con agua en las jícaras obteniendo así el CHOCOLATE el cual solo era para los sacerdotes y los nobles convirtiéndose así en una bebida sagrada y posterior mente de todo el pueblo, convirtiéndose así los toltecas en ricos y sabios constructores y artistas lo cual despertó la envidia de los dioses y su furia al saber que estaban tomando una bebida solo destinada para ellos jurando venganza contra Quetzalcóatl y después contra los toltecas así pues un día uno de los dioses disfrazado de mercader ofreciole un bebida llamada tlachihuitli (pulque) con la cual le prometió olvidaría todas sus penas la bebió y se embriago profundamente actuando de una manera deshonrosa delante del pueblo, ala mañana siguiente despertó con dolor de cabeza y con gran vergüenza se dio cuenta de la deshonra que habían preparado los dioses en su contra y fue tanta su vergüenza que decidió marcharse para siempre.
A su partida llorando se dio cuenta que todas las plantas del cacao se habían secado convirtiéndose en huisaches , una ves estando en neonalco ( ahora tabasco) arrojo unas ultimas semillas de cacao que florecieron bajo su mano y subsisten hasta nuestros días.
– Regalo de Quetzalcóatl a los niños del sol
“El dios de la Luna y de los Vientos, Quetzalcóatl, descendió a la Tierra para enseñar a hombres la ciencia, las artes y para darles una planta valiosa que él había robado de sus hermanos los dioses: el queachahuatl, el árbol del cacao.
Estos dioses hermanos tomaron venganza en Quetzacóatl avergonzándole delante de los hombres para forzarlo a abandonar a la los hombres y regresar a su tierra de luz. Por lo tanto el cacao solamente prospera en tierras lejanas, los lugares en donde Quetzalcóatl pasó sus últimas horas.”
– Según cuenta otra leyenda azteca, el Dios Quetzacoatl era el jardinero del paraíso y allí cultivaba el cacahuaquahilt, que a su vez era el árbol que brindaba el vigor y la fortuna. De sus semillas se podía hacer el chocolate que era una bebida reservada a los príncipes. Como los aztecas no conocían el azúcar, según dice esa misma leyenda, preparaban el chocolate con el pimiento conocido como chili.
Te invitamos a mirar un video que explica la historia del chocolate:
Y a poner a prueba todo lo que aprendimos hoy sobre el chocolate con este juego:
Nacida hace 113 años en el seno de una familia de artistas, la pintora mexicana Frida Kahlo fue una mujer de vanguardia, una referente social y cultural reconocida internacionalmente. Defensora del feminismo, supo luchar y ocupar un lugar en la historia.
La princesa Ana había sido una niña muy feliz. Su padre, el Rey Andrés y su madre, la Reina Elena siempre la habían querido mucho. A la princesa la educaron pensando que un día, cuando fuese mayor, llegaría a ser reina. Le decían cosas como: – El día que llegues a ser reina tendrás que respetar a tu pueblo, igual que hacemos nosotros ahora. Unos serán más pobres, otros más ricos… Unos serán más inteligentes, otros no tanto… Unos serán rubios y otros morenos… Porque en realidad todos somos diferentes…¿Verdad que tú y yo no somos iguales?… Yo soy más alto y tú más pequeña. Pero nada de esto significa que nadie sea mejor que otro. Todos podemos ser grandes personas, con todas nuestras diferencias. La vida de la Princesa Ana transcurría apaciblemente entre sus clases y sus juegos, rodeada de sus padres y abuelos, de profesores y sirvientes, de amiguitos y mascotas. A Ana le gustaban mucho los animales y siempre que había visto alguno perdido o desamparado lo había recogido, cuidado, alimentado…y, sobre todo, lo había querido mucho. Tenía tres gatos que, aunque eran muy desobedientes, la adoraban…Tenía dos pajaritos que eran hermanitos y que se cayeron de un nido del jardín un día de tormenta. Tenía un perro enorme que jugaba mucho con los gatos y un ratoncito que salía de su agujero para saludarla siempre que no estaban ni el perro ni los gatos. Y en el estanque del jardín, un montón de peces de colores que, cuando la veían pasar cerca de la orilla, la seguían a donde fuese, formando preciosos arcoiris de diferentes formas. En el estanque también había una ranita a la que le gustaba estar sentada sobre las hojas de los nenúfares, desde donde observaba a la princesa en sus juegos y paseos. La princesa también era muy aficionada a los cuentos y solía sentarse en la orilla a leer hermosas historias a sus pececillos, sus nenúfares y su ranita. Ella siempre pensó que sus animalitos la entendían, estaba segura de ello, y por eso, además de leerles, les hablaba de lo que sentía, de lo que le gustaba, les contaba qué le habían enseñado de nuevo sus profesores y todo lo que se le ocurría y pasaba por la cabeza. Ana fue creciendo y de ser un niña pasó a ser una jovencita. Un día su padre la llamó y le dijo: – Ana, ya empiezas a ser mayor y tenemos que empezar a buscar un príncipe como es tradición, para casarte con él y reinar el día de mañana. Ana escuchaba a su padre, pero no sabía por qué esas palabras le hacían sentir tan triste si siempre había querido el bien para ella. Sus padres le contaban que apuestos jóvenes se acercaban a palacio para pedir su mano. Le pedían su opinión, pero Ana no contestaba y sólo tenía ganas de llorar. Solía irse al estanque y hablarle a sus peces y a su ranita. Los peces, para animarla, se ponían de acuerdo y entre todos le hacían bailes dentro del agua y la ranita le hablaba en el idioma de las ranas, que con el tiempo Ana acabó entendiendo. La ranita le decía que se animase,que seguramente el príncipe, que con ella se casara, la querría mucho y acabarían siendo muy felices, pero Ana seguía desconsolada y le contestaba que ella no quería casarse con ningún príncipe. Transcurrieron muchos meses en la misma situación y Ana cada día estaba más triste. Siempre se iba al estanque a hablar con su dulce y cariñosa ranita. Un día, al borde del desconsuelo y con lágrimas en los ojos, le dijo: – Mira, ranita, yo no me quiero casar con ningún príncipe y, si me tuviera que casar con alguien, lo haría contigo. La ranita se quedó muy sorprendida, porque jamás había podido imaginar que esa jovencita a la que conocía desde que era niña y a la que quería tanto, pudiese decirle algo así, y le contestó: – Me alegro mucho de oírte decir eso, Ana. Y en tus manos está que hagas tu sueño realidad… Podrías empezar, por ejemplo, dándome un beso, ¡a ver qué ocurre! A partir de ahora yo cuidaré de ti, nos casaremos y reinaremos juntas. Cogidas de la mano, fueron a hablar con los Reyes. Ana les contó cuánto se querían y cómo se habían conocido. – Yo amo a esta joven y pienso casarme con ella y no con ningún príncipe de los que han pedido mi mano. Todos se quedaron muy sorprendidos de lo que Ana les estaba diciendo, sobre todo su madre, la Reina Elena, que no podía creer lo que estaba oyendo: – Ana, no puedes casarte con una joven, tienes que casarte con un caballero, como lo manda la tradición. Y el día de mañana será el Rey de nuestro pueblo. Pero el Rey Andrés, al ver los ojos de felicidad de su hija y tras haberla visto sufrir durante tanto tiempo, decidió que había llegado la hora de cambiar la tradición y a partir de ese momento permitió que todas las personas de su reino pudieran elegir libremente con quién querían casarse. Al poco tiempo, Ana y la que había sido su ranita, que ahora era una hermosa mujer, se casaron. Y en la historia de todos los tiempos fue éste el primer Reino en el que reinaron dos Reinas…y dos Reinas que, como también eran las personas más felices de este mundo, hicieron felices a todos los que las rodeaban y a todo el pueblo sobre el que reinaron.”
Textos e ilustraciones de M. Luisa Guerrero, autora española multipremiada. La publicación fue editada por “ONG por la No Discriminación”